La Loba en la primavera 2018
La Loba está en un proceso de cambio. Hace tiempo, ahora bien, aquí seguimos como una isla en esta naturaleza maravillosa, en un valle que a momentos es el paraíso y a momentos es complicado, exigente en su perfeccionismo como comunidad neorural. Y, con todo ello, llevo ya más de catorce años aquí.
Tengo una abuela, María- Maruja, la madre de mi madre que tiene más de cien años y el otro día me decía con cara pícara, ya ha pasado medio año más y tiene tanto amor por la vida...
Y yo me siento así, joven madura, parte de una comunidad longeva, optando por un día a día con la naturaleza y una casa que cual barco-casa atraviesa los tiempos y sabe entrar en el no-tiempo... en que me siento muy a gusto y a veces me supera como el castillo de Rapunzel, en el que yo desde la ventana pequeña redonda de mi parte de arriba, asomo y dejo colgar mis trenzas para que trepe a mi cielo quien se atreva... Princesa, como me dijo un vecino, que ha sido capaz de creer en enraizar el cielo en la tierra. Pedacitos de cielo.
Cuando con el coche subo por la carretera hasta arriba, pienso estoy subiendo al Olimpo; cuando subo por los peldaños azules hasta mi tercer piso, pienso lo mismo por dentro, ya que los arquetipos de las diosas griegas bailan en mi interior.
Lo de cambio quiere decir que no está permanentemente abierta con una forma concreta... está abierta a propuestas y a de vez en cuando crear sinergías para que se den posibilidades compartidas.
Y con ello, tras los fríos, las lluvias permanentes por fin ya que hacía falta agua en muchas partes, el valle está que se sale, como se dice ahora. Flores por todas partes, en los cerezos, en todas las aromáticas que están esplendorosas el romero, el tomillo, la salvia de al lado de casa, los lileros en flor, y los claveles pequeños a punto de abrirse...
Y como siempre un deseo de que os respetéis, que respetéis lo salvaje, lo sagrado inocente y sobre todo que seáis felices... Un abrazo primaveral, Alicia
Tengo una abuela, María- Maruja, la madre de mi madre que tiene más de cien años y el otro día me decía con cara pícara, ya ha pasado medio año más y tiene tanto amor por la vida...
Y yo me siento así, joven madura, parte de una comunidad longeva, optando por un día a día con la naturaleza y una casa que cual barco-casa atraviesa los tiempos y sabe entrar en el no-tiempo... en que me siento muy a gusto y a veces me supera como el castillo de Rapunzel, en el que yo desde la ventana pequeña redonda de mi parte de arriba, asomo y dejo colgar mis trenzas para que trepe a mi cielo quien se atreva... Princesa, como me dijo un vecino, que ha sido capaz de creer en enraizar el cielo en la tierra. Pedacitos de cielo.
Cuando con el coche subo por la carretera hasta arriba, pienso estoy subiendo al Olimpo; cuando subo por los peldaños azules hasta mi tercer piso, pienso lo mismo por dentro, ya que los arquetipos de las diosas griegas bailan en mi interior.
Lo de cambio quiere decir que no está permanentemente abierta con una forma concreta... está abierta a propuestas y a de vez en cuando crear sinergías para que se den posibilidades compartidas.
Y con ello, tras los fríos, las lluvias permanentes por fin ya que hacía falta agua en muchas partes, el valle está que se sale, como se dice ahora. Flores por todas partes, en los cerezos, en todas las aromáticas que están esplendorosas el romero, el tomillo, la salvia de al lado de casa, los lileros en flor, y los claveles pequeños a punto de abrirse...
Y como siempre un deseo de que os respetéis, que respetéis lo salvaje, lo sagrado inocente y sobre todo que seáis felices... Un abrazo primaveral, Alicia
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