A la mujer amada. Poemas de Renée Vivien

A la mujer amada
Cuando viniste, con paso reflexivo, entre la bruma,
el cielo mezclaba con los oros el cristal y el bronce.
Tu cuerpo se adivinaba, ondulosamente incierto,
más ligero que la ola y más fresco que la espuma.
La tarde de verano parecía un sueño oriental
de rosa y sándalo.
Yo temblaba. Unos largos lirios, religiosos y pálidos,
se morían en tus manos como fríos cirios.
Sus perfumes, expirando, se escapaban de tus dedos
con el hálito desmayado de las supremas angustias.
Tus claros vestidos exhalaban, alternativamente,
agonía y amor.
Sentí temblar sobre mis mudos labios
la dulzura y el miedo de tu primer beso.
Bajo tus pasos, escuché troncharse los lirios,
que gritaban al cielo el feroz vacío de los poetas.
Entre olas de sonidos que lánguidamente se desvanecían,
rubia, tú te me apareciste.
Y con mi espíritu sediento de eternidad, de imposible,
de infinito, quise modular morosamente
un himno de magia y de éxtasis.
Pero la estrofa se elevó tartamudeante y penosa,
reflejo ingenuo, eco pueril, vuelo entrecortado,
hacia tu Divinidad.
 

Carne de las cosas
Tengo, en mis dedos sutiles, el sentido del mundo,
pues el tocar penetra como hace la voz.
La armonía y el sueño y el dolor profundo
tiemblan en la punta de mis dedos.
Comprendo mejor, por el roce, las cosas bellas.
Comparto su intensa vida al tocarlas.
Es entonces que sé lo que hay en ellas
de noble, de dulcísimo y como de canción.
Porque mis dedos han conocido la carne del barro,
la carne lisa del mármol, de femeninos contornos
que la mano que los sabe modelar ha herido,
y la de la perla y la del terciopelo.
Mis dedos han conocido la  vida íntima de las pieles,
¡vellón caliente y soberbio en el que hundo las manos!
Mis dedos han conocido el ardiente secreto de los cabellos
donde se han deshojado miles de jazmines.
Y, al igual que los que vienen de muy lejos,
mis dedos han recorrido horizontes infinitos,
han iluminado, mejor que mis ojos, caras
y me han profetizado oscuras traiciones.
Mis dedos han conocido la piel sutil de la mujer,
y sus crueles estremecimientos y sus hipócritas perfumes...
¡Carne de las cosas! Creí a veces apagar un alma
con el prolongado roce de mis dedos...

 

Te amo porque eres débil...
Te amo porque eres débil y tierna entre mis brazos
y porque en ellos buscas seguro refugio
como en una cuna cálida donde descansar.
Te amo porque eres rojiza como el otoño,
frágil imagen de la Diosa del otoño
a la que un ocaso ilumina y corona.
Te amo porque eres lenta y de caminar silencioso,
y porque hablas en voz baja y porque odias el ruido,
como se hace cuando llega la noche.
Y te amo, sobre todo, porque eres pálida y languideciente,
y porque gimes con sollozos de agonizante
durante el cruel placer que contigo se ensaña y te atormenta.
Te amo porque eres, oh hermana de las reinas de antaño,
exiliada en medio de los esplendores del pasado,
más blanca que el reflejo de la luna sobre un lirio...
Te amo porque no te conmueves cuando, lívida
y temblorosa, no puedo ocultar mi rostro,
¡oh tú, que nunca sabrás cuánto te amo!



La traducción está hecha a partir de la versión que se ofrece en:

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