La primera mujer. Miranda Gray.
A modo de sincero agradecimiento por compartir la invitación a
la Bendición Mundial del Útero con las mujeres del mundo, Miranda Gray ha
escrito una nueva historia de la Primera Mujer para obsequiarnos...
La Primera Mujer pisoteaba la nieve. No tenía ganas de andar en el frío, su tiempo de sangrado se acercaba y quería descansar.
Llegó a la cueva de la Anciana Sabia y la llamó. Cuando la Anciana del Invierno apareció, la Primera Mujer dijo, con poca diplomacia:
“Los Primeros Animales me dicen que un dragón se ha llevado el sol y que se esconde en tu cueva. Los animales tienen hambre y frío. Y quieren que vuelva el sol. ¿Lo tienes tú?”
“Tal vez lo tenga, tal vez no”, dijo la Anciana del Invierno. “Para devolverlo, necesito un regalo”.
La Primera Mujer miró a su alrededor. No tenía nada para darle a la Anciana del Invierno. Todo lo que tenía eran sus ropas, sus botas y su chal. Estaba a punto de decir que no tenía nada, cuando sintió que algo le chorreaba por la pierna y, por debajo de su pollera, unas gotitas de sangre cayeron sobre la nieve.
“Ah”, dijo la Anciana del Invierno, “Acepto tu regalo. Entra niña, para que te calientes”.
Durante cinco días, la Primera Mujer se quedó con la Anciana del Invierno en la tibia oscuridad de su cueva. Al sexto día, la Anciana del Invierno fue a la entrada de la cueva.
“Tú me diste un regalo, entonces ahora devolveré el sol”.
Extendió los brazos y, al hacerlo, se convirtió en un hermoso dragón dorado. Batió sus alas y se elevó en el cielo, con una bola de fuego en sus garras y volvió a dejar el sol nuevamente en el cielo.
La Primera Mujer observaba y sintió que una brisa tibia con el aroma de todo lo que crece le acariciaba el rostro.
“Ah”, suspiró, “la primavera ha llegado”.
Y, sonriendo, fue a contarles las buenas nuevas a los Primeros Animales.
De allí en más, cada año, en la llegada de la primavera, los Primeros Animales usaban algo blanco y rojo para recordar el regalo que la Primera Mujer les había dado.
La Primera Mujer pisoteaba la nieve. No tenía ganas de andar en el frío, su tiempo de sangrado se acercaba y quería descansar.
Llegó a la cueva de la Anciana Sabia y la llamó. Cuando la Anciana del Invierno apareció, la Primera Mujer dijo, con poca diplomacia:
“Los Primeros Animales me dicen que un dragón se ha llevado el sol y que se esconde en tu cueva. Los animales tienen hambre y frío. Y quieren que vuelva el sol. ¿Lo tienes tú?”
“Tal vez lo tenga, tal vez no”, dijo la Anciana del Invierno. “Para devolverlo, necesito un regalo”.
La Primera Mujer miró a su alrededor. No tenía nada para darle a la Anciana del Invierno. Todo lo que tenía eran sus ropas, sus botas y su chal. Estaba a punto de decir que no tenía nada, cuando sintió que algo le chorreaba por la pierna y, por debajo de su pollera, unas gotitas de sangre cayeron sobre la nieve.
“Ah”, dijo la Anciana del Invierno, “Acepto tu regalo. Entra niña, para que te calientes”.
Durante cinco días, la Primera Mujer se quedó con la Anciana del Invierno en la tibia oscuridad de su cueva. Al sexto día, la Anciana del Invierno fue a la entrada de la cueva.
“Tú me diste un regalo, entonces ahora devolveré el sol”.
Extendió los brazos y, al hacerlo, se convirtió en un hermoso dragón dorado. Batió sus alas y se elevó en el cielo, con una bola de fuego en sus garras y volvió a dejar el sol nuevamente en el cielo.
La Primera Mujer observaba y sintió que una brisa tibia con el aroma de todo lo que crece le acariciaba el rostro.
“Ah”, suspiró, “la primavera ha llegado”.
Y, sonriendo, fue a contarles las buenas nuevas a los Primeros Animales.
De allí en más, cada año, en la llegada de la primavera, los Primeros Animales usaban algo blanco y rojo para recordar el regalo que la Primera Mujer les había dado.
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