Rescatar los deseos escondidos, y poema de Rilke Canciones de los ángeles


Si hay un desfase entre lo que deseamos y lo que manifestamos, esta reflexión introspectiva de Mercurio nos habla de rescatar un deseo escondido que nos pide tiempo, paciencia y cuido. Nos pide que recojamos nuestra energía externa de los lugares bloqueados, que dejemos de luchar, de insistir, de empujar y que miremos hacia adentro donde encontraremos un lugar necesario, imprescindible, para seguir avanzando.
Tauro nos da estabilidad, seguridad, firmeza, perseverancia. Mercurio retrógrado nos ayuda a bucear dentro nuestro para encontrar estos valores y recursos, para construir desde una base interna firme, para estar anclados en nuestro propósitos.
Mercurio retrógrado en Tauro quiere que escuchemos, honremos y valoremos esa voz interna, firme y segura, que nos recuerda que es tiempo de tomarnos el tiempo. Esa voz fértil, esa voz profunda vinculada a la raíz de nuestra tierra interna, se hará pensamiento, sembrará ideas, creará palabras que dibujarán nuevas formas. Primero la escuchamos a nivel interno. Luego la sembramos hacia fuera. Y después la caminamos en acciones y decisiones coherentes e íntegras. Caminamos el nuevo tiempo.
El camino del tiempo natural nos desafía a abrirnos a los misterios de la muerte. Escorpio, signo opuesto a Tauro, acogerá a Marte retrógrado, donde nuestro guerrero de la acción irá a purificar la espada de la acción en las aguas de la iniciación al misterio.
La narrativa de estos meses es intensa y profunda. De ahí que el tiempo nos pide tiempo para caminar estas semanas con cuidado, consciencia y gratitud. Cuando lo escuchamos, nuestro tiempo es fecundo, abundante y generoso.

Y ahora un poema de Rainer María Rilke. 

Canciones de los ángeles

No he soltado a mi ángel en mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.


Le di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...


Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.

Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
hasta la patria de los querubines.

Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...

Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...

Sus manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.

Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.

Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...

Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.

Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.

Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.

Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo

de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.

Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.

Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
Versión de Adrian Kovacsics

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